domingo, 18 de octubre de 2009

Aquí les dejo otro cuento, lo escribí hace siete años, me trae buenos recuerdos de una época de mucho debraye en mi vida. Un poco saturado pero dominguero.

CELOS
Llevaba cinco noches sin dormir, por más esfuerzos que hacia no lograba que de mi pluma emanará alguna historia impactante para mi columna en el periódico.
Eran las diez de la noche, del día anterior a la entrega del trabajo; la desesperación anidaba en mi cabeza, haciéndome imposible pensar en algo para escribir. Venció el cansancio y terminé dormida sobre el escritorio. Desperté gracias a que mis vecinos pusieron a un volumen muy alto, un tango titulado “celos”, interpretado por Enrique Chia.
Recordaba vagamente haberlo escuchado antes, sin embargo me era imposible hacer memoria.
Empecé a escribir sin darme cuenta, ni noción de lo que estaba haciendo; cuando terminé, no reconocía lo escrito en esa hoja de papel húmeda, al parecer por las lagrimas que derramé.
Las siguientes líneas son las contenidas en aquel escrito:
Durante cuatro años, estuve internada en una clínica de recuperación personal.
Salí del encierro, en octubre de 1999; mi familia esperaba con cierta avidez mi salida de la clínica, siempre quedó perplejo el por qué de mí ausencia. Mi madre me abrazó, como solo ella lo sabe hacer, ambas teníamos un inextricable temor; obviamente el mío no se podía comparar al de ella. El encierro, me provocó una gran inseguridad, estar libre no era tarea fácil después de vivir encerrada en cuatro paredes. El cielo teñido de rojo esa tarde se imponía ante mí, ¿hace cuantos años había dejado de ver un atardecer? ; no sabía si agradecer mi libertad, por ver ese espectáculo del sol o solamente dejar que él jugará con mi aciago destino nuevamente.
Mí encierro en la clínica se debió a la muerte de mi esposo, nunca encontraron el cuerpo; suponemos que fue asesinado.
Miguel fue la causa de mis alegrías, apetitos e instintos que creí incapaz de experimentar alguna vez.
Cuando nos casamos, teníamos como escenario al sol ocultándose tras las montañas, fue el momento más feliz de mi vida.
Me compró una casa, en un edificio céntrico; tal y como yo la quería, lo hizo para que formáramos un hogar.
Antes de casarme trabajaba como reportera de la sección policíaca de un diario, me fascinaba mi trabajo, siempre me apasionó la muerte. Papá me contó una vez, que de niña, cuando jugaba con mis muñecas, les creaba toda una historia, sin embargo todas tenían un final trágico, siempre morían; las metía en su cajita fingiendo que eran sus ataúdes, las guardaba en algún lugar oscuro o las enterraba en el jardín ulterior de la casa. Después lloraba con estolidez por que estaban muertas; entonces iba a desenterrarlas, las sacaba todas sucias con manchas de salsa de tomate que les embarraba como si fuera sangre; mi mamá me observó jugando con mi muñeca muerta y me regañó diciéndome que la limpiara, por que así se veía muy fea, enojada le dije que a mí me gustaban más muertas que vivas y que hasta después de morir serian mías.
En un principio, mi matrimonio iba viento en popa; los dos pedimos vacaciones en nuestros trabajos, para decorar la casa y disfrutar de las primeras semanas de vida conyugal. Al termino de este periodo, una mañana que me disponía a ir al trabajo, Miguel me lo prohibió, discutimos bastante tiempo, exigió que mi deber era permanecer en la casa, cuidando nuestro hogar, exaltada respondí que si no trabajaba no me sentiría bien, sin embargo, por mas que trataba de argüir algo factible a mi favor, él respondía con una mejor excusa que terminó convenciéndome.
Propuso que podía trabajar en la casa escribiendo alguna columna que no fuera tan sádica y peligrosa como la que tenia; me conocía muy bien, tenia un cierto arbitrio sobre mí, tanto que llegó a convencerme que si trabajaba en esa sección era por mi gran temor de que me pasara algo, afirmó que nunca fui capaz de dejar de temerle a todo.
Tenia tanta razón, analicé minuciosamente lo que me dijo; era cierto, yo siempre le había temido a todo, tanto que yo no salía si no era acompañada.
Cumplió lo que propuso, me consiguió una nueva sección, ahora escribiría sobre ¿cómo decorar su casa y otros secretos para el hogar?. Admito que no me agradó en lo absoluto mi “nueva sección”; la publicaban semanalmente y Miguel no me permitía ir a entregarla, él lo hacia por mí.
Tal vez esta situación en un inicio no me disgustó, suponía que Miguel me lo pedía por mi propio bien. Pasé tres meses tranquila, la ansiedad aun no corroía mi paciencia.
De la única manera en la que veía al mundo exterior era por el balcón, la televisión o cuando a Miguel se le ocurría sacarme a pasear.
A veces me daban ganas de salir, me acercaba a la puerta, tomaba temblando la manija, sudaba frió mientras oía el sonido de los engranes de la puerta al abrirse y apenas me asomaba un poco; como cuando abría la puerta para recibir alguna visita, la cerraba ofuscadamente y corría hacia algún rincón a esconderme.
El miedo era incierto, confuso, una sensación que nunca había experimentado.
Observaba por el balcón que el sol se estaba metiendo, mientras le hablaba por teléfono a su trabajo; ansiaba oír su voz, pero no contestó él, si no una mujer, preguntó quien hablaba, le respondí que Malena; oí por el auricular que le dijo “es para ti, mi amor”, después colgó.
Fue tal el odio que sentí por él que bebí hasta perder la razón, sin embargo cerramos el caso como si nada hubiera pasado.
Al día siguiente de lo ocurrido, mi vecina tocó la puerta, la abrí con mi miedo característico.
- ¿Cómo esta señora Malena? Vengo a molestarla creo que debe saber algo.
Le contesté que no estaba de humor; antes de cerrarle la puerta vislumbré en su cuello una bolsita de albahaca; mi abuela me dijo que todas las “brujitas” como las llamaba se colocaban una en el cuello, abrí nuevamente la puerta y la invité a pasar:
- No me diga nada, mejor escúcheme y hágame un favor. Mi marido me engaña y necesito algo para que ya no lo haga.
Le entregué un sobre con dinero y salió obsecada, sin mirar atrás.
No pasaron mas de veinte minutos cuando volvió a tocar a mi puerta, me entregó una hoja con lo que debía hacer y se retiró sin decir nada.
Leí la hoja rápidamente y lleve a cabo el arduo trabajo. Mi trato hacia Miguel cambió rotundamente, ya no le hablaba y lo evadía a cada instante.
Tal y como lo dijo la vecina, Miguel presento ciertos síntomas tales como mareos, nauseas, fiebre etc... pero después de eso todo iba a marchar bien, que ilusa fui, las cosas no resultaron como estaban planeadas.
Limpiaba debajo de la cama, cuando la escoba se atoro con un recipiente de vidrio, lo saqué, observé ofuscada una muñeca de trapo que se encontraba adentro del recipiente con alcohol y diversas hierbas, se encontraba perfectamente sellado al igual que la casa donde yo estaba.
No tuve que escudriñar mucho, todo estaba ya demasiado claro.
Llegó justo cuando el sol estaba apunto de esconderse, el estereo tocaba un tango, no recuerdo bien el nombre creo que era “celos”; estaba en la cocina, picaba unos tomates para la cena, oí como abrían la puerta; Miguel acababa de llegar se dirigió hacia mí, sentía su presencia y dos pasos antes de que nuestros cuerpos se juntaran, lo acuchillé.
Miguel todavía vive conmigo, lo guardé en una cajita, y de vez en cuando lo saco para que hagamos el amor.
Ahora que salí del encierro, volví a trabajar, esta vez en una sección literaria y en ocasiones como hoy no se me ocurre ninguna historia que contar.

2 comentarios:

  1. "Lo guardé en una cajita y de vez en cuando lo saco para que hagamos el amor".

    Genial!!!

    Justo puse a Enrique Chia para leer tu historia...Me estremece!

    te quiero amiga..

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  2. Qué situación tan fortuita... la de descubrirte, leerte, saborearte a cada palabra... deberías hacer un libro Nadia (¿o acaso ya lo tienes, dónde lo consigo?). En serio; no acostumbro adular a nadie (ni a nadias), pero esta historia suena horripilantemente cierta... como las que yo, de vez en cuando, sueño.

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