martes, 1 de mayo de 2012

Luz


Ha amanecido, me giro en la cama y él está ahí como todos los días. Bostezo y me acerco a darle un beso, le acaricio el cabello y entonces me doy cuenta que no es el de siempre. Hoy su nariz no tiene la misma forma, subo la mirada y observo cómo sus cejas han dejado de ser arqueadas, ahora parecen dibujadas por una persona sin pulso, todas quebradas, asimétricas, borrosas. Lo destapo suavemente y veo que su cuerpo es tranparente. Se despierta y me dice “egun on” (“buenos días” en un idioma que no he aprendido pero que de alguna manera es mío), me mira a los ojos y no son más de color miel, semejan un negro profundo, tan abismal que me asusto, el cuerpo se me levanta de la cama, queriendo huir de ahí, las mejillas se humedecen y le digo “Siento que no te conozco”.
Entro al baño, un enorme espejo espera mi reflejo, entonces, veo con la boca que no puedo verme, escucho desde adentro una mirada desesperada que necesita reconocerse. Entonces llega de golpe una sensación, un recuerdo que estremece mi cuerpo; el hombre desconocido de la habitación, aquél con quién se supone he pasado muchas horas, se dirige a mí y dice:

“Anoche te has comido los ojos, los has tragado en un arranque de luz, de tanto verlo todo, tanta conciencia, has querido conocer lo imposible hasta el punto en que has consumido cualquier posibilidad desconocida, la sorpresa de que advenga algún acontecimiento impredecible o inconcebible. Entonces no has podido más, estabas agotada, devastada, gritabas en silencio mientras apretabas con desesperación las orbitas oculares, necesitabas parar de ver, detenerte, pero la luz venía de adentro, decías, musitabas que no podías más, te quemaba, entonces te clavaste las uñas y los arrancaste sin piedad. No pude hacer nada, cuando quise acercarme a ti, te los comiste sin ningún remordimiento o asco. Dejaste de pelear y entonces te dormiste”

El silencio gano su lugar, estaba de pie, apenas pudiendo vislumbrar algo, me di cuenta que su nariz no era diferente sino que mi vista no era la misma, hay una ceguera en mí y entonces nada es claro, todo parecen exposiciones, habría que crear el sentido de lo que veo, nada está ya hecho, nada tiene nombre, sólo hay zonas, contornos, ninguna cosa es conocida desde la luz, necesita la oscuridad para poder dar forma. Intento llorar pero aún estoy seca, quemada, consumida, tus manos se posan sobre mis cuencos vacios, estamos cerca, siento como respiras, reconozco un olor pero no quiero quedármelo y entonces necesito tocarte, dibujo con los dedos ese cuerpo invisible: habría que dejar de conocerte para amarte.

Payasa



Son las 13:30, hace frío y la gente hace las últimas compras para la comida del día. Algunas señoras arrastran el carrito de las compras del mercado mientras otras llevan la pesada carga de las bolsas, porque el salario no les da para comprarse ese dichoso vehículo que les ayudaría con su lumbago. El paseo delicias está lleno como de costumbre, circulan gente de barrio, automóviles, pordioseros y teporochos, este es un lugar poco presuntuoso, tranquilo, donde los inmigrantes encuentran oportunidades y la gente mayor puede estar cerca del centro de Madrid sin tener que pagar mucho.
Los supermercados suelen ser económicos, todos confluyen ahí. Hoy, a las 13:30 la gente llena las cajas de Lidl, necesitan llevar los ingredientes faltantes, así sucede todos los días. A la puerta del supermecado, está el hombre negro de siempre, murmurando cuando alguien pasa, pidiendo una plegaria o una moneda para un bocata. Las señoras se encuentran con la vecina, saludan al de la marisquería, se atoran con la estrecha puerta que lleva a la consumición de lo que el doctor les ha dicho que puede ser riesgoso por su edad, entre las cortezas de cerdo, las patatas, las galletas y el pan, las señoras disfrutan de sus dos placeres: la comida y el chisme con la vecina. Pero no todas las mujeres que van al super son iguales, ahí está ella, entró sola, con tres bolsas guardadas en el abrigo al que le faltan dos botones, lleva el cabello teñido, puede intuirse en las raíces blancas que se muestran tímidas en su cabeza, está detrás de la estantería de galletas y comida chatarra, en ese pasillo que los encargados de los supermercados  han inventado para la gente que no puede darse grandes lujos, una hilera en medio de dos estantes donde colocan productos inútiles a precios risibles, un kit de masajes, un portarrollos de cocina, zapatillas de trekking cuyos posibles compradores son señores de barrio, jubilados que apenas y dan un paseo por el Retiro. Pero para ella, como para mucha más gente esos placeres inútiles la hacen sonreír, pronto serán Carnavales y también San Valentín, así que el Lidl ha traído de oferta disfraces, chocolates, pantuflas y un reloj de cocina con radio incluida. Desde lejos se la ve feliz, su mundo se resume a ese espacio, de pronto, la vemos sonreír, ha visto algo que la ha hecho feliz, está sola, tan sola que su cuerpo lo grita por todas partes. Sonríe, y si nos posicionamos en la sección de los productos enlatados podemos verla como ha cogido un objeto en sus manos, lo acaricia, se ríe más, le habla, se emociona, es una señora menuda y sus huesos suenan cuando los espasmos de la risa la invaden. Decide no dudarlo, aunque haya pasado ya media hora. Son las 14:00, pero a ella nadie la espera en casa, vive de una pensión y el paquete de arroz junto con el kilo de champiñones no son más que para ella, así que no tiene por qué darse prisa. Pero por fin lo hace, coge la peluca roja que admiraba con tanta alegría en sus manos, la lleva con lo demás de la compra, hace la fila de la caja, coloca sus productos en la cinta y saca con sus manos artríticas ese típico monedero chiquito que suelen usar las señoras. El importe son 3.60, entre monedas de 10 y 5 céntimos entrega su riqueza que se verá recompensada, saca una de las bolsas del abrigo y guarda el arroz y los champiñones. Coge la peluca roja con las manos y la coloca en su cabeza, camina con una sonrisa en la cara, mientras por detrás otras señoras le gritan “vieja payasa”. Sale del supermercado y el negro de la entrada le dice “guapa”, ella asiente con la cabeza y le da 5 céntimos, toca su pelo postizo, camina con un frio que llega a los tres grados, y piensa en su pasado que murió, en aquél día cuando su madre que ya no existe, la disfrazó de payasita por carnavales, con su peluca roja y su overol amarillo. Recuerda, con lágrimas en los ojos, sola, la mano de su madre mientras ella saltaba vestida de payasa por el Paseo Delicias.

Tres de Zombies





El doctor no podía entrar en razón, al menos eso creía su paciente:
- Estoy muerta, le decía, de verdad que lo estoy.
- Esto será el limbo, ya huelo feo ¿no lo nota?, le preguntaba.
Se la llevaron a rastras, mientras ella veía como su piel quedaba despedazada por el camino.



Ayer le presentaron a Mademoiselle  X, ella no está loca ni muerta simplemente está negada a vivir como todos los demás, con la muerte como horizonte y con Dios como regente. Tiene sólo huesos y piel, vacía de una a otra costilla pero con la superioridad de estar atravesada por la nada, sin falso humanismo, sin doble moral, ella es el vacío absoluto: la muerta viviente. El doctor no sabe qué hacer con ella, cada vez que la ve, le duele la cabeza, le recuerda lo poco que vale la vida y lo tanto que elevamos las banalidades que nos enseña la religión y la política, verla y escucharla es como inyectarse nihilismo en vena.



-¡Sácame el corazón! ¿No lo entiendes? Ya no sirve, ya no duele. Méteme un cuchillo hasta el fondo. Si quieres también el estomago, ¿Cuándo vas a mandarme a que me hagan la autopsia? No tengas miedo, ¡apúrate! que no ves como los gusanos me comen.
Su madre lo besó en la frente, le dio un sedante, cuando dejó por fin dejó de gritar, llegó la hora de cortarle la yugular.  

viernes, 27 de enero de 2012

Prospora



                        
"Nunca he inventado nada: no entré 
en la literatura,nací en ella, he vivido 
en un libro tumultuoso y teatral."
Hèlene Cixous





Persona sale de casa muy temprano, como siempre, antes de cruzar el umbral suspira profundamente como signo de despedida frente a lo que ese día creía saber sobre sí, asume, con resignación, que cada momento en el que uno sale al mundo deja de ser dueño de sí mismo. Pero su casa ya es un mundo, y en donde parece existir solo una persona siempre resulta que hay muchas más. Como toda la gente, la común, la no-común, la blanca, la negra, la femenina y la masculina, Persona tiene un pasatiempo, al que le dedica más horas de las que podríamos imaginar, no le da lo que le  resta, lo que le sobra de su tiempo sino que su tiempo siempre está a expensas de su hobby. Persona colecciona opiniones de otros, lo escribe todo en una pizarra mágica cuyo soporte es el cuerpo, a veces, las percibe por el olfato, en otras ocasiones son las imágenes las que le permiten obtener esas visiones, opiniones que tienen otros que son capaces de mostrarle al mundo cómo deberían ser las cosas. Cuando recolecta muchas, Persona se sienta en una banca a ver pasar el mundo, a dejar que el tiempo corra y algunas veces, se da cuenta como una gran cantidad de lo que piensan los otros, también son opiniones suyas.
Persona duerme frente a un espejo y así ha descubierto que cuando se acuesta parece un hombre solitario al que le pesa el mundo y cuyo consuelo son los sueños, pero al despertar y ver su reflejo se da cuenta que es una mujer, dulce, arrebatada y con esperanzas. Persona no es hombre ni mujer, su sexo es una acción, un performance, su masculinidad es una imposición social y su feminidad una mascarada. Ayer cuando salió temprano, la gente pensó que era un hombre, lo llamaban Claude Cahun, llevaba unas gafas grandes redondas y opacas, era un ciego autoimpuesto, un ciego que ese día se despertó con ganas de mostrar su ceguera. Hoy parece una cortesana victoriana, se ha puesto un corsé que le ajusta la cintura, reloj de arena en el que se consume el deseo, toma los labios de una amiga y algunos hombres lamentan el encuentro, mientras otros se excitan frente a ello.
Persona se fotografía todos los días con sus diferentes poses, sus vestidos, disfraces, después cuelga las fotos en una pared blanca dedicada a ello. ¿Se preguntarán quién es Persona? ¿Cuál es su identidad? Y si Persona fuese cualquiera de nosotros importa la pregunta ¿Quiénes somos?  No hay más belleza que la del maquillaje, ese invisible que juega a ser careta pero que no oculta nada, no hay velo que desvelar detrás de Persona. Él o ella, Persona, no intenta provocar ni ser espectacular, lo único que intenta es “hacer sonar”, “dejar oír” a todos esos mitos personales que la habitan. Persona tiene una identidad nómada, mudable y jamás permanente, no sabe cuál de todas o todos esos es, aunque tampoco le importa, ha entendido que su vida consiste en ser una prótesis de sí misma, máscara que entreteje una escritura que le sirve para borrar el rostro del que carece.
Persona llega muy tarde a casa, se lava la cara pero el maquillaje no se quita sólo se transforma. Ríe frente al espejo, se pone el pijama y piensa en la Persona que será mañana.    

viernes, 6 de enero de 2012

Casa Vacía



¿A qué huele el frío? Se preguntaba sentada en la parada de autobús, apoyada sobre el helado soporte de la pequeña casa que cubre a los transeúntes en esa espera infinita por un vehículo que los proteja de la intemperie cortante. Las mejillas se le enrojecen, las roza con los dedos y siente que están a punto de sangrar. Olvida la pregunta inicial cuando el tiempo se interpone en sus pensamientos, levanta la manga de su abrigo, se da cuenta que no trae reloj y entiende que el frío está entrando profundamente, los vellos de su brazo derecho tienen pequeños cristales de hielo que ni la gruesa lana pueden mantener a salvo. Se cubre la zona helada y empieza a perder la vista, es así como se da cuenta que la parada de autobús se ha llenado, la humedad que emana de los cuerpos de la gente ha empañado sus anteojos. El cielo empieza a caerse en forma de escarcha y las personas que esperan el 132, el 6 o el 48, quieren salvaguardarse en ese espacio ocasional donde todos intentan sonreír aunque sus caras estén frígidas y estiradas por el gélido ambiente.
La noche ha caído y apenas han dado las seis de la tarde. En invierno el mundo se oscurece con la esperanza de que la escenografía a media luz propicie una reflexión sobre la condición humana, el mundo espera que el hombre sienta su insignificancia. Sin embargo, el frío pasa con egoísmo, alguien recuerda que está soltero y que sería bueno tener alguien a quién abrazar, una lagrima sale de uno de sus ojos y moquea simulando que el clima ha descontrolado su sistema respiratorio. La señora con las bolsas de la compra, recuerda lo infeliz que es, no tiene coche y está cansada de la vida medianera que lleva. En eso piensa ella, también tan sola, en espera de la calefacción del autobús.
Entonces, ¿a que huele el frío? Se mira las piernas y piensa en su piel de gallina, en los poros espantados porque algo se escapa de su cuerpo o quizá es  la piel que se abre para liberarse de ella misma. Mueve el cuerpo inquieta, bebe de su botella de agua y se da cuenta de que es imposible retener líquidos con este clima. Comprende entonces que con el frío todo se le escapa, se empieza a sentir vacía, no hay hogar que la mantenga acurrucada; como la falta de oxígeno en el espacio, la ausencia de calor empieza a matar sus esperanzas, sus anhelos, no puede respirar y una angustia la ataca. Piensa entonces que con ella el mundo sí acierta, se siente desnuda y hay tanta gente alrededor, la vergüenza y el temor la invaden, le pediría una caricia a cualquiera pero nadie la mira aunque teme que se den cuenta que no lleva nada puesto.
En medio de esa desesperación que la abisma, mientras cae y nadie la ve, de pronto, recupera la postura y entonces respira. Huele el frio, aspira y un golpe seco entra por su boca: Bocanada helada, huele a inmensidad, libertad, casa vacía donde poder empezar.
Llega el 132, pasa el billete por la máquina, saluda al conductor, se siente en una plaza para una persona, cerca de la calefacción, mira por la ventanilla, su cuerpo empieza a calentarse y ve el mundo avanzar con las ganas de volver a oler el frío otra vez.

jueves, 5 de enero de 2012

¡Mamá, me he convertido en unicornio!

¡Mamá, me he convertido en unicornio!

Xabier  se levantó aquella mañana sintiéndose raro, le dolían los ojos y sentía una especie de picazón entre ceja y ceja. Había que ir a la escuela y, como era costumbre, le costaba mucho quitarse las sábanas que lo cubrían y que a él le parecían que a esa hora de la mañana pesaban como láminas de hierro y por desgracia él nunca se sentía súper poderoso para quitárselas de encima. Después de muchos esfuerzos y con la inquietud que lo invadía por saber que pasaba entre sus ojos, de un brinco arrojó todo al suelo y se fue corriendo hacia el baño.
Se lavó la cara para quitarse las chinguillas que parecían telarañas sobre sus párpados, lo hizo lentamente porque sabía  que algo pasaba y presentía que no querría averiguar del todo lo que era. Sentía una tensión en la frente, quitó las gotas de agua que sobraban con una toalla, y se acercó casi embarrándose al espejo. Algo crecía en él, entre rojo, morado y blanco se dibuja un círculo en su frente. No sabía que era, estaba asustado y a la vez, emocionado, pensó en todas las historietas, en los comics que leía para ver si sus síntomas, si esa aparición extraña en su cara coincidía con alguna mutación típica de conversión en súper héroe. Pero ni Batman ni  Superman habían presentado malestares en la frente ni manchas faciales, sin embargo, pensó:
- Claro y si me ha picado algo como al Hombre Araña, quizá sólo quizá me puedo convertir en el Hombre Zancudo o en el Hombre Mosquito.
Olvidó por un momento el asunto aunque guardó esa idea en su cabeza, cogió un poco de maquillaje de su madre y tapó el círculo para prevenir, por si fuese el caso, su identidad, quién sabe qué villanos pueden haber allá afuera. Bajó a desayunar, su madre le había preparado hot cakes con nutela y un vasotote de leche, Xabier pensó que el camuflaje de su mancha heroica había sido realizado con éxito porque ni su padre ni su madre se habían dado cuenta de lo diferente que lucía.
Al llegar a la escuela, fue directo a ver a su mejor amigo y le contó que algo extraño le estaba pasando, Daniel escuchó atento todo la historia pero, de pronto, giró su cabeza y Xabier se dio cuenta que él también tenía una mancha y supuso que había encontrado a su pareja de aventuras en el mejor de los casos o quizá a su propio enemigo. En fin, no preguntó nada a su amigo para ser precavido.
Antes de salir de clases, Xabier, como de costumbre paso por el baño porque el viaje era largo hasta casa, de pronto, se miró al espejo y… Noooooooooooooooooooooooooooo, ya no era simplemente una mancha, ahora era una bola gigante entre sus ojos, blanco amarilla que punzaba con fuerza, se la tocó y el dolor fue insoportable pensó que quizá podría explotarla, reventarla y entonces la magia comenzaría, pero no era el lugar ni el momento, aunque tampoco podría mantener ya su identidad escondida. Salió de la escuela corriendo y con la cabeza agachada haciendo con la mano un gesto rápido de adiós a todos los que le encontraban en el camino y que le preguntaban si iría hoy por la tarde al parque a jugar.
Subió rápidamente al coche de su madre apenas mirándole a los ojos, ella lo saludó con cariño e intentó acercarse para darle un beso, pero el niño le dijo que arrancase y que luego habría tiempo para besitos. Su madre no dijo nada y emprendieron el camino a casa, le preguntó si pasaba algo y el movió la cabeza diciendo que no; ella insistió y le dijo que si le hubiese sucedido cualquier cosa podía confiar en ella para decírselo. Xabier levantó poco a poco la cabeza, su madre detuvo el coche, y entonces lo miró para escucharlo, de repente, lo entendió todo al mirar su frente, lo abrazó con fuerza y le dijo:
-Ya está pasando, mi pequeño. No pasa nada, eso es totalmente normal. Tú no te preocupes seguramente ha crecido tanto por los hot cakes con chocolate de esta mañana. Eso pasa mucho a tu edad, no a todos pero algunos tienen que pasar por esto, tú no hagas caso si alguien intenta burlarse de ti.
Así que su madre ya lo sabía todo, pensó:
-Y ¿cuándo me lo pensabas decir?- le preguntó a su madre- Supongo que la noticia de convertirme en súper héroe debe ser algo muy importante para lo que los niños deben estar preparados, no así de golpe nada más.
Su madre se quedó sorprendida con lo que su hijo le había dicho y entonces, tuvo que explicarle que:
-No, Xabi, a ver mira, no quiero desilusionarte pero es que no te vas a convertir en súper héroe, lo que pasa es que te ha salido un barrito, acné, quiero decir, pues, un grano.
-¿Cómo que un grano?-dijo él- Así no más, un grano sin nada, o sea, ¿no significa nada?
-Bueno querido, pues sí, significa que te estás haciendo mayor pero nada más. Lo siento mucho Xabi, pero ya te digo mi niño, no te preocupes se te pasará en unos días y ya está, volverás a ser el niño normal de siempre.
Su madre le propició un beso, arrancó el coche y continuaron el camino hacia casa. Xabier de copiloto, se encontraba molesto, desconcertado e incluso desilusionado, él no quería ser un niño normal, quería tener súper poderes, ser especial, destacar por alguna habilidad única e irrepetible. Pero su madre tenía razón y por eso Daniel, su mejor amigo, tenía uno igual a él aunque lo tuviese en la mejilla izquierda.
Llegaron a casa y Xabier comió muy rápido, subió a su habitación, hizo sus tareas y decidió no bajar a cenar, estaba raro, se sentía indispuesto, seguía teniendo el malestar en la frente y sentía que en su cuerpo algo no era como antes, pero no podía imaginar ya nada, si su madre dijo que era un grano pues un grano ha de ser.
Se metió a la cama, se cubrió con sus láminas de hierro y rápidamente empezó a soñar. Estaba en una escuela nueva muy rara, con niños diferentes que tenían algo en la frente pero que no sabía identificar que era. Cocinaban cosas raras que después utilizaban para alimentar a animales extraños que no eran de especies conocidas y que les servían de vehículos para regresar a casa saliendo de clases.
¡¡¡¡Ring, Ring!!!! Sonó el despertador y Xabier abrió sus ojos con sorpresa, había algo en su frente pero ahora mucho más grande y lo podía tocar. Saltó de la cama como un súper héroe, entró al baño, se lavó la cara topándose con algo que no le permitía limpiarla bien y entonces al mirarse al espejo le gritó a su madre:
-¡Mamá, no era un grano!, ¡mamá, mamá, mamááááááááááááááá! ¡Mamá, me he convertido en un unicornio!
Xabier no es el Hombre Zancudo ni el Hombre Mosquito pero tiene un cuerno de unicornio en la frente que le hace tener poderes especiales, toma clases en la escuela que soñó y va a casa en un erizo cuya piel le hace cosquillas durante todo el camino a casa.

martes, 3 de enero de 2012

Carretera perdida

No se habló de ello pasado el tiempo. Ni siquiera un comentario cualquiera en una oportunidad sin importancia, lo guardamos para nuestras memorias borrosas en la caja de nuestro almacén que lleva la etiqueta de “sin explicación”. No es una experiencia clara y distinta, pudo ser un sueño compartido por varios o una alucinación común a causa de la ingesta de mariscos.  Aquella noche retornábamos a casa después del viaje anual que hacíamos a la Virgen de Juquila, aprovechando el rumbo nos desviamos hacía Puerto Escondido y Huatulco. El domingo partimos nuevamente para Oaxaca; éramos tres personas en la parte delantera de la camioneta y cuatro en la posterior. Mi madre y yo, además del conductor como era de esperarse, le hicimos compañía a la noche, vigilando el sueño de los otros viajantes y siguiendo la línea blanca, algunas veces continua y otras fraccionada que marcaba la carretera. De pronto, sin más, ahí estaba, una niña en mitad del camino pidiendo que la llevasen. El silencio se hizo más pesado, cayó sobre nosotros, a nuestros ojos, cegándonos la voz. Las palabras se atragantaron y antes de trasmitir cualquier espanto, fascinación o duda, cuando recuperamos la vista, mi madre y yo giramos hacia atrás para encontrarla  y pedirle al conductor que regresase. Pero no había nadie y el impacto nos desbordó en miradas de simple y burda complicidad.
Lugar común es hablar de las anécdotas de fantasmas en las carreteras, en mi tierra se dan muchas, vienen narradas de una voz a otra, esta es una más. En efecto, pero singular, tan propia que nunca había sido escrita ni comentada, mucho menos por quiénes la vivimos. Lo singular no es que sea propia si no el lugar de la experiencia, espacio que es en realidad un no-lugar, puro tránsito sin esencia ni presencia, el límite idóneo donde lo que parece que ya no está, aparece.
Todo comienza como un pre-texto, y esto no es la excepción, entre el injerto y el suplemento se hace escritura: “escribir quiere decir injertar”. Necesitaba “un” pretexto, el mío, para hablarles de lo que considero un claro ejemplo de la singularidad de la carretera como lo sin lugar, límite, tránsito, donde nada es lo que es ni lo que parece, su función característica de proceso donde se pierde la cabeza, donde todos los fantasmas tienen la posibilidad de aparecer (incluso los propios que no están ni vivos ni muertos, sino esperando ese no-lugar de la aparición, el momento de la noche en su fluir con el camino del asfalto). Dice una mala lengua, que el cine es el arte que hace a los fantasmas regresar, les permite su retorno. Si esto es así y además, alguien hace un film sobre la carretera tendríamos algo así como una invasión masiva de fantasmas. Estoy hablando de la mítica “Lost Highway” de David Lynch, cuya traducción española es, curiosamente, “Carretera pérdida”. Las interpretaciones psicoanalíticas de dicho film no se han hecho esperar, la historia (y no se las contaré  para no arruinarles la película a quiénes no la hayan visto) es un espacio espectral, una historia de fantasmas como figura de desajuste. Es decir, no simplemente como una aparición de lo muerto, si no de aquello que sin ser ni vivo ni muerto nos constituye y nos fragmenta. Parece que el argumento de la película se mueve como un desajuste entre la realidad y el espacio fantasmagórico de la evasión por un suceso traumático, una especie de sublimación de la realidad, que a través de esa carretera interminable que abre el film ya nos sugiere un viaje por el interior de o de los personajes. Pero ese fotograma mítico de Lost Highway que se abre en el fondo con la voz de Bowie, no tiene principio ni fin, no tiene lugar, o su lugar es el espectro, el no tener lugar. Figura de la carretera como el fluir de una memoria que no puede consolidarse, que es incapaz de ajustar sus recuerdos para afianzarse en una identidad. No es coincidencia pues, que se use una carretera como metáfora del desajuste, como la imposibilidad propia de la autobiografía o en otras palabras como el juego para expresar que si hay algo que podamos contar de nuestras vidas, eso puede darse sólo en la discontinuidad y el trasiego de un camino donde un día te encuentras fantasmas que te hablan de lo que no entiendes y que, sin embargo, siempre van a estar, como aquella niña en la carretera que se nos apareció a tres personas con un pasado duro, sinuoso y sin resolver; quizá no era la aparición de un muerto sino el aviso de que en esa historia hay un resquicio, rencores, daños, marcas que nos hacen estar unidos por un hecho que quizá se provocó en una niñez. Pero bueno, esa es otra historia que contar.