Carretera perdida
No se habló de ello pasado el tiempo. Ni siquiera un comentario cualquiera en una oportunidad sin importancia, lo guardamos para nuestras memorias borrosas en la caja de nuestro almacén que lleva la etiqueta de “sin explicación”. No es una experiencia clara y distinta, pudo ser un sueño compartido por varios o una alucinación común a causa de la ingesta de mariscos. Aquella noche retornábamos a casa después del viaje anual que hacíamos a la Virgen de Juquila, aprovechando el rumbo nos desviamos hacía Puerto Escondido y Huatulco. El domingo partimos nuevamente para Oaxaca; éramos tres personas en la parte delantera de la camioneta y cuatro en la posterior. Mi madre y yo, además del conductor como era de esperarse, le hicimos compañía a la noche, vigilando el sueño de los otros viajantes y siguiendo la línea blanca, algunas veces continua y otras fraccionada que marcaba la carretera. De pronto, sin más, ahí estaba, una niña en mitad del camino pidiendo que la llevasen. El silencio se hizo más pesado, cayó sobre nosotros, a nuestros ojos, cegándonos la voz. Las palabras se atragantaron y antes de trasmitir cualquier espanto, fascinación o duda, cuando recuperamos la vista, mi madre y yo giramos hacia atrás para encontrarla y pedirle al conductor que regresase. Pero no había nadie y el impacto nos desbordó en miradas de simple y burda complicidad.
Lugar común es hablar de las anécdotas de fantasmas en las carreteras, en mi tierra se dan muchas, vienen narradas de una voz a otra, esta es una más. En efecto, pero singular, tan propia que nunca había sido escrita ni comentada, mucho menos por quiénes la vivimos. Lo singular no es que sea propia si no el lugar de la experiencia, espacio que es en realidad un no-lugar, puro tránsito sin esencia ni presencia, el límite idóneo donde lo que parece que ya no está, aparece.
Todo comienza como un pre-texto, y esto no es la excepción, entre el injerto y el suplemento se hace escritura: “escribir quiere decir injertar”. Necesitaba “un” pretexto, el mío, para hablarles de lo que considero un claro ejemplo de la singularidad de la carretera como lo sin lugar, límite, tránsito, donde nada es lo que es ni lo que parece, su función característica de proceso donde se pierde la cabeza, donde todos los fantasmas tienen la posibilidad de aparecer (incluso los propios que no están ni vivos ni muertos, sino esperando ese no-lugar de la aparición, el momento de la noche en su fluir con el camino del asfalto). Dice una mala lengua, que el cine es el arte que hace a los fantasmas regresar, les permite su retorno. Si esto es así y además, alguien hace un film sobre la carretera tendríamos algo así como una invasión masiva de fantasmas. Estoy hablando de la mítica “Lost Highway” de David Lynch, cuya traducción española es, curiosamente, “Carretera pérdida”. Las interpretaciones psicoanalíticas de dicho film no se han hecho esperar, la historia (y no se las contaré para no arruinarles la película a quiénes no la hayan visto) es un espacio espectral, una historia de fantasmas como figura de desajuste. Es decir, no simplemente como una aparición de lo muerto, si no de aquello que sin ser ni vivo ni muerto nos constituye y nos fragmenta. Parece que el argumento de la película se mueve como un desajuste entre la realidad y el espacio fantasmagórico de la evasión por un suceso traumático, una especie de sublimación de la realidad, que a través de esa carretera interminable que abre el film ya nos sugiere un viaje por el interior de o de los personajes. Pero ese fotograma mítico de Lost Highway que se abre en el fondo con la voz de Bowie, no tiene principio ni fin, no tiene lugar, o su lugar es el espectro, el no tener lugar. Figura de la carretera como el fluir de una memoria que no puede consolidarse, que es incapaz de ajustar sus recuerdos para afianzarse en una identidad. No es coincidencia pues, que se use una carretera como metáfora del desajuste, como la imposibilidad propia de la autobiografía o en otras palabras como el juego para expresar que si hay algo que podamos contar de nuestras vidas, eso puede darse sólo en la discontinuidad y el trasiego de un camino donde un día te encuentras fantasmas que te hablan de lo que no entiendes y que, sin embargo, siempre van a estar, como aquella niña en la carretera que se nos apareció a tres personas con un pasado duro, sinuoso y sin resolver; quizá no era la aparición de un muerto sino el aviso de que en esa historia hay un resquicio, rencores, daños, marcas que nos hacen estar unidos por un hecho que quizá se provocó en una niñez. Pero bueno, esa es otra historia que contar.
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