sábado, 2 de marzo de 2013

Ironía de la distopia




En el año 1997 dentro del marco de la famosa Bienal de Venecia fue retirado el trabajo del artista polaco Zbigniew  Libera titulado “Lego, Concentration Camp”. Dicha obra perteneciente a la serie “Dispositivos Correctivos” consistía en una edición de siete cajas de tres juegos de Lego para construir campos de concentración en miniatura. Cada una de las siete cajas de la serie de los juegos de Lego, mostraba, además, un aspecto diferente de los campos de concentración: crematorios, reclusos llevando un cadáver proveniente de las cámaras de gas, mini tanques que adornan la entrada de un mini Auschwitz,  calaveras obtenidas del juego de Lego “Piratas” que aparecían tras vallas electrificadas de los campos de concentración de juguete e incluso presos marchando en línea dentro y fuera del campo.
Re-diseñando los juguetes, en la serie de “Dispositivos Correctivos”, Libera intentaba articular una protesta clara contra la cultura polaca del consumismo que empezaba a gestarse fuertemente en los años ochentas. Si antes un totalitarismo, como lo fue el nacional socialismo, marcó la historia polaca; para finales de los años ochentas lo que dominaba era la restitución de este sistema por otro casi-totalitario dentro de la cultura consumista.
Auschwitz ha sido la gran distopia de Occidente proveniente de la gran luz utópica  europea. Tras la promesa del progreso y los ideales ilustrados, al final del camino, aquel mundo prometido nunca vio la luz y lo que se encontró fue la guerra y su destrucción. Si la utopía idealista/nazista era tan perfecta fue precisamente porque en su origen llevaba impregnado su final, o como lo dicta la misma Biblia, tras la utopía deviene el apocalipsis.
“No habrá de repetirse” fue el imperativo que se oía, ninguna barbarie tan ominosa como la de los campos de concentración debía repetirse, ningún futuro tan distópico podría ser posible después de Auschwitz. Tras el final de la guerra, la distopia es sacralizada, el Holocausto deviene intocable y memorable, la memoria del horror de la guerra tiene que tratarse con respeto.
A Zbigniew Libera se le olvida lo sagrado del Holocausto y frente al miedo de la repetición de aquél apocalipsis, se da cuenta que se esconde una receta mucho peor de control y repetición, el holocausto queda en la memoria como algo del pasado, irrepetible, mientras que la ideología que nos llevo a ello, se mantiene firme en otros dispositivos de control (como lo es la propia proyección del futuro como utópico o distópico). Frente a Auschwitz no hay utopía que pueda ser engendrada ni una mayor distopia que la misma pesadilla de los campos de concentración, no hay arte utópico ni distópico, el futuro del arte se ha dibujado critico en ese espacio, como bisagra entre la utopía y la distopia, articulación crítica de la caída de los grandes sueños de Europa, no respeto a lo memorial sino critica de una historia pasada que aún no ha sido escrita. Pero el trabajo de Libera más que transgredir la memoria sagrada y única del Holocausto, lo que hace es mostrar la posibilidad de su repetición, enseña mucho más de él que los propios monumentos honrosos de las víctimas, ironiza el genocidio para mostrar que los elementos de semejante atrocidad existen dentro de nuestra civilización. Libera desacraliza el genocidio, como menciona Stephen Feinstein, y entonces muestra que los elementos de un holocausto potencial nos rodean, todo lo que falta es alguien que lo arme y que le diga a los demás como usarlos. 
N.