¿A qué huele el frío? Se preguntaba sentada en la parada de autobús, apoyada sobre el helado soporte de la pequeña casa que cubre a los transeúntes en esa espera infinita por un vehículo que los proteja de la intemperie cortante. Las mejillas se le enrojecen, las roza con los dedos y siente que están a punto de sangrar. Olvida la pregunta inicial cuando el tiempo se interpone en sus pensamientos, levanta la manga de su abrigo, se da cuenta que no trae reloj y entiende que el frío está entrando profundamente, los vellos de su brazo derecho tienen pequeños cristales de hielo que ni la gruesa lana pueden mantener a salvo. Se cubre la zona helada y empieza a perder la vista, es así como se da cuenta que la parada de autobús se ha llenado, la humedad que emana de los cuerpos de la gente ha empañado sus anteojos. El cielo empieza a caerse en forma de escarcha y las personas que esperan el 132, el 6 o el 48, quieren salvaguardarse en ese espacio ocasional donde todos intentan sonreír aunque sus caras estén frígidas y estiradas por el gélido ambiente.
La noche ha caído y apenas han dado las seis de la tarde. En invierno el mundo se oscurece con la esperanza de que la escenografía a media luz propicie una reflexión sobre la condición humana, el mundo espera que el hombre sienta su insignificancia. Sin embargo, el frío pasa con egoísmo, alguien recuerda que está soltero y que sería bueno tener alguien a quién abrazar, una lagrima sale de uno de sus ojos y moquea simulando que el clima ha descontrolado su sistema respiratorio. La señora con las bolsas de la compra, recuerda lo infeliz que es, no tiene coche y está cansada de la vida medianera que lleva. En eso piensa ella, también tan sola, en espera de la calefacción del autobús.
Entonces, ¿a que huele el frío? Se mira las piernas y piensa en su piel de gallina, en los poros espantados porque algo se escapa de su cuerpo o quizá es la piel que se abre para liberarse de ella misma. Mueve el cuerpo inquieta, bebe de su botella de agua y se da cuenta de que es imposible retener líquidos con este clima. Comprende entonces que con el frío todo se le escapa, se empieza a sentir vacía, no hay hogar que la mantenga acurrucada; como la falta de oxígeno en el espacio, la ausencia de calor empieza a matar sus esperanzas, sus anhelos, no puede respirar y una angustia la ataca. Piensa entonces que con ella el mundo sí acierta, se siente desnuda y hay tanta gente alrededor, la vergüenza y el temor la invaden, le pediría una caricia a cualquiera pero nadie la mira aunque teme que se den cuenta que no lleva nada puesto.
En medio de esa desesperación que la abisma, mientras cae y nadie la ve, de pronto, recupera la postura y entonces respira. Huele el frio, aspira y un golpe seco entra por su boca: Bocanada helada, huele a inmensidad, libertad, casa vacía donde poder empezar.
Llega el 132, pasa el billete por la máquina, saluda al conductor, se siente en una plaza para una persona, cerca de la calefacción, mira por la ventanilla, su cuerpo empieza a calentarse y ve el mundo avanzar con las ganas de volver a oler el frío otra vez.
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