No ser y no estar es intrínseco a la utopía, su etimología la declara como el “no lugar” o “lugar que no existe”, también podemos decir el “fuera del lugar”, lo que no existe aquí en la tierra, entre nosotros pero hacia lo que tendemos, lo que ponemos fuera de nosotros para alcanzar. Y es que la utopía pertenece a una tradición de lo “supra”, de lo que está afuera, en otro espacio pero también en otro tiempo o si queremos ser más tajantes, pertenece a lo atemporal. La utopía es, pues, un síntoma del idealismo.
Síntoma que no se opone a ningún realismo, sino que se gesta en él, necesitándolo para realizarse. La utopía tan fuera de lugar, sin lugar, necesita por el contrario de un sitio donde ser gestada, de una posición histórica, deseos colectivos aunque marcados por clases, razas, posiciones.
Todo interrogante por el futuro supone la utopía, la idealización y a su vez, el carácter apocalíptico de lo que viene, todo porvenir se presenta bajo la forma de la monstruosidad. Pensar sobre el futuro, sobre lo que viene, nos coloca en relación con lo “absolutamente otro”, con lo imprevisible, donde no cabe anticipación. Con ello, parece que tenemos sólo dos opciones, metidas bajo el mismo síntoma ideal, en la misma lógica: la apuesta por una idea posible de realización o resignación a un declive inevitable. Utopía ó Distopía. Caras de una misma moneda, síntomas de una misma tradición.
Pensemos en el síntoma. Utopía como lo que acontece a la par que el idealismo, fenómeno que lo acompaña como puesta en juego de una resistencia. Si hablamos de la utopía como síntoma habría que pensar en ella como un mecanismo, sin esencia pero existiendo como relación. El idealismo es una utopía que ha intentado por todos los medios ser realizable, instrucción de Occidente que se ha visto a sí mismo como una idea que tiene que cumplir: cristianismo, nacionalismo y capitalismo.
Nada ha surgido de la nada y las utopías contemporáneas no son sino el resultado de una resistencia a la Gran Utopía de Occidente y sus consecuencias.
Resistir. Sí, pero ¿cómo? ¿Postulando nuevos –ismos? ¿Siguiendo la utopía como un síntoma del idealismo? ¿Creando nuevas tiranías doctrinarias? Ya nos advertía Jung que la resistencia como utopía, en ocasiones, cede el paso “con facilidad” al slogan y al anhelo quimérico, a los prejuicios y anhelos afectivos, podemos decir a una suerte de estado colectivo que se cierra sobre sí mismo, que se ciega sobre sí mismo.
Es precisamente aquí donde creo que los movimientos de “resistencia” actuales se equivocan, se ciegan y se olvidan de la historia, de “su” historia. Parece que una ceguera los ha afectado, y con ello ha paralizado todo lo que tiene de propio la utopía fuera de su sintomaticidad ideal. Se apropian del slogan, siguen una idea, confrontan al sistema como idea con otras que proponen “soluciones” que antes se han gestado. Simulacro de resistencia, niños asustados porque perdieron al padre dándose cuenta que la democracia no existe pero exigiéndola a gritos “Democracia Real, Ya”. No resisten desde la crítica sino desde la desolación afectiva de que su Padre no cumplió la promesa, ahora están en crisis y entonces se dan cuenta que algo debe cambiar. España (15-M) y Estados Unidos (#ocuppywallstreet) se visten de utopía y dicen que piden lo imposible; se equivocan, no piden lo imposible piden la promesa incumplida del bienestar económico, de que el progreso nos llevaría a un lugar mejor, lloran no la caída del sistema sino su desbordamiento que ahora los excede, como en otros lugares (países) que su mirada no alcanzaba a ver y que hace mucho fueron sometidos a una lógica de lo precario. Piden, pero quizá no hacen lo imposible.
Habría que pensar la crisis no como algo a superar sino como algo que siempre estará ahí, atenuada o apareciendo como un estallido. Ya lo dijimos, todo pensamiento sobre el futuro se presenta como monstruoso, nos pone en situación de crisis, nos desconcierta, nos coloca fuera del lugar. Sin posición, sin lugar, pensar la utopía no como una idea a alcanzar, como un lugar fuera de este mundo sino como el mecanismo más mundano que se juega en cada decisión de futuro.
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