"El trabajo (de investigación) debe estar inserto en el deseo. Si esta inserción no se cumple, el trabajo es moroso, funcional, alienado, movido tan sólo por la pura necesidad de aprobar un examen, de obtener un diploma, de asegurarse una promoción en la carrera. Para que el deseo se insinúe en mi trabajo, ese trabajo me lo tiene que exigir, no una colectividad que piensa asegurarse de mi labor (de mi esfuerzo) y contabilizar la rentabilidad de las prestaciones que me consiente, sino una asamblea viviente de lectores en la que se deja oír el deseo del Otro (y no el control de la Ley). Ahora bien, en nuestra sociedad, en nuestras instituciones, lo que se le exige al estudiante, al joven investigador, al trabajador intelectual, nunca es su deseo: no se le pide que escriba, se le pide que hable (a lo largo de innumerables exposiciones) o que “rinda cuentas” (en vistas a unos controles regulares). En este caso hemos querido que el trabajo de investigación sea desde sus comienzos el objeto de una fuerte exigencia, formulada al margen de la institución y que no puede ser otra cosa que la exigencia de escritura. Por supuesto, lo que aparece en este número [el especial de la Revista con la publicación de los trabajos] no es más que un pequeño fragmento de utopía, pues mucho nos tememos que la sociedad no esté dispuesta a conceder amplia, institucionalmente, al estudiante, y en especial al estudiante “de letras”, semejante felicidad: que se tenga necesidad de él; no de su competencia o su función futuras, sino de su pasión presente."
Barthes, R. (1987) 104. El susurro del lenguaje. Paídos.